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Los hongos de Chernobyl

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El 26 de abril de 1986, durante algunas pruebas de funcionamiento de los sistemas de refrigeración, se produjo el sobrecalentamiento y explosión de uno de los reactores de la central nuclear de Chernobyl, con un escape de materiales radioactivos quinientas veces más grande que la bomba atómica de Hiroshima. Inmediatamente se comenzó a trabajar en evacuar y refugiar pueblos y ciudades enteras y se sepultó al reactor en un “sarcófago” de miles de toneladas de cemento.

A pesar del esfuerzo mundial por contener la catástrofe, la contaminación radioactiva alcanzó a trece países de Europa oriental y central y tuvo secuelas que se prolongan hasta nuestros días.

Los hongos no fueron indiferentes a este terrible suceso. Se encontró que algunas especies comestibles apreciadas por la población eran capaces de concentrar los radioisótopos alcanzando niveles peligrosos. En especial los Boletus y los Cantharellus mostraron una carga de cesio radioactivo diez mil veces más elevada que la del medio circundante. Este fenómeno hizo que se prohibiera el comercio y consumo de hongos colectados en parte de Europa, pero también alertó a los científicos sobre una nueva posibilidad: la micorremediación, es decir, el uso de los hongos para retirar o degradar contaminantes del ambiente.

Pero esto no es lo más interesante. Catorce años después del desastre, la revista especializada Mycological Research publicó un artículo reportando una vasta comunidad especies fúngicas que crecían dentro del reactor abandonado. Allí donde las radiaciones matarían a un ser humano luego de un corto tiempo de exposición, algunos hongos habían encontrado un hogar confortable. El secreto: la melanina. La sustancia oscura que protege nuestra piel del sol es usada en grandes cantidades por los hongos para protegerse de la espantosa radioactividad del sarcófago de cemento de Chernobyl.

Los reportes científicos siguieron acumulándose. La misma revista publicó en el año 2004 otra extraña novedad: ¡algunos de estos hongos pueden detectar la fuente de radioactividad y orientar su crecimiento hacia ella!

Las implicancias de estos descubrimientos comenzaban a exceder el interés de los micólogos para atraer la mirada de biólogos de todos los campos. Tanto, que algunos estudiosos de los procesos fisicoquímicos se avocaron a encontrar una explicación a este misterio. ¿Por qué aquellos hongos, acostumbrados a vivir cómodamente de la materia orgánica del suelo, habían decidido mudarse a lo más profundo de este infierno nuclear?

En el 2007, el journal PloS One, de gran relevancia para la comunidad científica en general, publica una noticia fabulosa: El hongo Cryptococcus neoformans podría captar la radioactividad con ayuda de la melanina, y utilizarla para crecer mejor. El trabajo proponía un complejo mecanismo por el cual la melanina atraparía esta energía y la transferiría al NADH, una de las moléculas que los seres vivos utilizan para intercambiar energía entre diversos procesos metabólicos. Literalmente: el hongo podría nutrirse en base a la radioactividad.

La investigación continúa y las especulaciones sobre el tema no tienen fin: cierta evidencia indica que los hongos melanizados (negros) abundaban en el cretácico, cuando nuestro planeta sufrió un bombardeo excepcional de radiaciones cósmicas. Alguien propuso que también habrían estado relacionados con la extinción de los dinosaurios. Otros sugirieron utilizarlos para captar energía de la radiación ionizante en el espacio exterior y aprovecharla.

Lo cierto es que los hongos parecen poder ayudarnos a solucionar problemas que nosotros mismos causamos. Los micólogos experimentales involucran cada día en más especies de estos organismos en procesos de remediación y estamos lejos de saber hasta dónde pueden llegar.

Por: Francisco Kuhar

Diseño de la imagen: Pablo Bavaro

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